miércoles, 10 de septiembre de 2014

MATERIAL COMPLEMENTARIO


NO POR NO OBLIGATORIO ESTE MATERIAL DEJA DE SER IMPORTANTE.

En 1987, antes de que comenzará el crecimiento masivo de la industria, oferta, etc. digital Jesús Martín Barbero publicó DE LOS MEDIOS A LAS MEDIACIONES un libro fundamental para los estudios de comunicación latinoamericanos. Claro que en ese año ni siquiera se había inventado el chip de silicio.  Años después, 2003 en la copia que reproducimos, Barbero realizó un prólogo a la nueva edición de aquel libro que consideraba algunos aspectos que se modificaron a partir de la innovación digital.  Los reproducimos y recomendamos encaradamente que lo estudien cuidadosamente.

w w w . m e d i a c i o n e s . n e t

Pistas para entre-ver medios y mediaciones
 

Jesús Martín-Barbero
 

Prefacio a la quinta edición (De los medios a las mediaciones,
Convenio Andrés Bello, Bogotá, 2003)

 

« Si la televisión le exige a la política negociar las formas
de su mediación es porque, como ningún otro, ese medio
le da acceso al eje de la mirada desde el que la política
no sólo puede penetrar el espacio doméstico sino
reintroducir en su discurso la corporeidad, la
gestualidad, esto es, la materialidad significante de que
está hecha la interacción social cotidiana. Si hablar de
cultura política significa tener en cuenta las formas de
intervención de los lenguajes y las culturas en la
constitución de los actores y del sistema político, pensar
la política desde la comunicación significa poner en
primer plano los ingredientes simbólicos e imaginarios
presentes en los procesos de formación del poder. (…)
ni la productividad social de la política es separable de
las batallas que se libran en el terreno simbólico, ni el
carácter participativo de la democracia es hoy real por
fuera de la escena pública que construye la
comunicación masiva. »


Pistas para entre-ver medios y mediaciones


(2)
Aparecido en 1987, este libro llega diez años después a su
quinta edición inaugurando una colección de “Pensamiento
latinoamericano” promovida por el Convenio Andrés Bello.
Siento que ello me obliga más que a actualizar su contenido
–es lo que he tratado de hacer especialmente en los trabajos
publicados desde mediados de los años noventa– a pensar el
sentido de su actualidad. No son pocas las voces que en los
últimos años me han invitado a escribir un libro que responda
a la inversión del título, esto es, De las mediaciones a
los medios, pues ese parecería ser el nuevo rumbo que está
necesitando la investigación sobre las relaciones entre comunicación y cultura en América Latina. Pero tras esa
propuesta se amalgaman visiones del devenir social y proyectos
muy distintos. Alcanzo a vislumbrar al menos dos.
Uno que, partiendo de la envergadura económico-cultural
que han adquirido las tecnologías audiovisuales e informáticas
en los acelerados procesos de globalización, busca
hacerse cargo de los medios a la hora de construir políticas culturales que hagan frente a los efectos desocializadores del
neoliberalismo e inserten explícitamente las industrias culturales
en la construcción económica y política de la región.
El otro resulta de la combinación del optimismo tecnológico
con el más radical pesimismo político, y lo que busca es
legitimar, tras el poder de los medios, la omnipresencia mediadora
del mercado. Pervirtiendo el sentido de las demandas
políticas y culturales, que encuentran de algún modo expresión
en los medios, se deslegitima cualquier cuestionamiento
de un orden social al que sólo el mercado y las tecnologías
permitirían dar forma. Es este último proyecto el
hegemónico, que nos sumerge en una creciente oleada de

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fatalismo tecnológico, y frente al cual resulta más necesario
que nunca mantener la epistemológica y políticamente estratégica
tensión entre las mediaciones históricas que dotan de
sentido y alcance social a los medios y el papel de mediadores
que ellos puedan estar jugando hoy. Sin ese mínimo de
distancia –o negatividad que dirían los de Frankfurt– nos es
imposible el pensamiento crítico. ¿Y cómo asumir entonces
el espesor social y perceptivo que hoy revisten las tecnologías
comunicacionales, sus modos transversales de presencia
en la cotidianidad del trabajo al juego, sus espesas formas
de mediación tanto del conocimiento como de la política,
sin ceder al realismo de lo inevitable que produce la fascinación
tecnológica, y sin dejarse atrapar en la complicidad
discursiva de la modernización neoliberal –racionalizadora del
mercado como único principio organizador de la sociedad
en su conjunto– con el saber tecno-lógico según el cual, agotado
el motor de la lucha de clases, la historia habría
encontrado su recambio en los avatares de la información y la
comunicación? La centralidad indudable que hoy ocupan los
medios resulta desproporcionada y paradójica en países con
necesidades básicas insatisfechas en el orden de la educación
o la salud como los nuestros, y en los que el crecimiento
de la desigualdad atomiza nuestras sociedades deteriorando
los dispostivos de comunicación, esto es, de cohesión
política y cultural. Y “desgastadas las representaciones
simbólicas, no logramos hacernos una imagen del país que
queremos, y por ende, la política no logra fijar el rumbo de
los cambios en marcha”1. De ahí que nuestras gentes puedan
con cierta facilidad asimilar las imágenes de la
modernización y no pocos de los cambios tecnológicos, pero
sólo muy lenta y dolorosamente pueden recomponer sus
sistemas de valores, de normas éticas y virtudes cívicas.
Todo lo cual nos está exigiendo continuar el esfuerzo por
1 N. Lechner “América Latina: la visión de los cientistas sociales”, en:
Nueva Sociedad N° 139, p. 124, Caracas, 1995.
Pistas para entre-ver medios y mediaciones


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desentrañar la cada día más compleja trama de mediaciones
que articula la relación comunicación/cultura/política.
Del lado de la comunicación, lo que hoy necesitamos pensar
es un proceso en el que lo que está en juego ya no es la
desublimación del arte simulando en la figura de la industria
cultural su reconciliación con la vida, como pensaban los de
Frankfurt, sino la emergencia de una razón comunicacional
cuyos dispositivos –la fragmentación que disloca y descentra,
el flujo que globaliza y comprime, la conexión que
desmaterializa e hibrida– agencian el devenir mercado de la
sociedad. Frente al consenso dialogal en que Habermas ve
emerger la razón comunicativa, descargada de la opacidad
discursiva y la ambigüedad política que introducen la mediación
tecnológica y mercantil, lo que estamos intentando
pensar es la hegemonía comunicacional del mercado en la
sociedad: la comunicación convertida en el más eficaz motor
del desenganche e inserción de las culturas –étnicas,
nacionales o locales– en el espacio/tiempo del mercado y
las tecnologías globales. En el mismo sentido estamos necesitando
pensar el lugar estratégico que ha pasado a ocupar
la comunicación en la configuración de los nuevos modelos
de sociedad, y su paradójica vinculación tanto al relanzamiento
de la modernización –vía satélites, informática, videoprocesadores–
como a la desconcertada y tanteante experiencia
de la tardomodernidad.
Del lado de la cultura, hasta hace relativamente pocos
años el mapa parecía claro y sin arrugas: la antropología
tenía a su cargo las culturas primitivas y la sociología se
encargaba de las modernas. Lo que implicaba dos opuestas
ideas de cultura: para los antropólogos cultura es todo, pues
en el magma primordial que habitan los primitivos tan
cultura es el hacha como el mito, la maloca como las relaciones
de parentesco, el repertorio de las plantas medicinales
o de las danzas rituales; mientras para los sociólogos

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cultura es sólo un especializado tipo de actividades y de
objetos, de prácticas y productos pertenecientes al canon de
las artes y las letras. En la tardomodernidad que ahora habitamos
la separación que instauraba aquella doble idea de
cultura se ve emborronada, de una parte, por el movimiento
creciente de especialización comunicativa de lo cultural,
ahora organizado en un sistema de máquinas productoras
de bienes simbólicos ajustados a sus ‘públicos consumidores’;
que es lo que hoy hace la escuela con sus alumnos, la
televisión con sus audiencias, la Iglesia con sus fieles o la
prensa con sus lectores. Y de otra parte, es la vida social
toda la que, antropologizada, deviene cultura: como si la
imparable máquina de la racionalización modernizadora
–que separa y especializa– estuviera girando, patinando en
círculo, la cultura escapa a toda compartimentalización irrigando
la vida social entera. Hoy son sujeto/objeto de cultura
tanto el arte como la salud, el trabajo o la violencia, y
hay también cultura política, del narcotráfico, cultura organizacional,
urbana, juvenil, de género, cultura científica,
audiovisual, tecnológica, etc.
En lo que atañe a la política, lo que estamos viviendo no
es –como creen los más pesimistas de los profetas-fin-demilenio–
su disolución, sino la reconfiguración de las mediaciones
en que se constituyen sus nuevos modos de interpelación
de los sujetos y representación de los vínculos que
cohesionan la sociedad. Más que a sustituir, la mediación
televisiva o radial ha entrado a constituir, a hacer parte de la
trama de los discursos y de la acción política misma. Pues
esa mediación es socialmente productiva, y lo que ella produce
es la densificación de las dimensiones rituales y teatrales de
la política. Producción que queda impensada, y en buena
medida impensable, para la concepción instrumental de la
comunicación que permea buena parte de la crítica; pues el
medio no se limita a vehicular o traducir las representaciones
existentes, ni puede tampoco sustituirlas, sino que ha entra


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do a constituir una escena fundamental de la vida pública. Y lo
hace reintroduciendo en el ámbito de la racionalidad formal
las mediaciones de la sensibilidad que el racionalismo del “contrato
social” creyó poder (hegelianamente) superar. Si la
televisión le exige a la política negociar las formas de su
mediación es porque, como ningún otro, ese medio le da
acceso al eje de la mirada2 desde el que la política no sólo
puede penetrar el espacio doméstico sino reintroducir en su
discurso la corporeidad, la gestualidad, esto es, la materialidad
significante de que está hecha la interacción social
cotidiana. Si hablar de cultura política significa tener en
cuenta las formas de intervención de los lenguajes y las
culturas en la constitución de los actores y del sistema político
3, pensar la política desde la comunicación significa
poner en primer plano los ingredientes simbólicos e imaginarios
presentes en los procesos de formación del poder. Lo
que deriva la democratización de la sociedad hacia un trabajo
en la propia trama cultural y comunicativa de la política,
pues ni la productividad social de la política es separable
de las batallas que se libran en el terreno simbólico, ni
el carácter participativo de la democracia es hoy real por
fuera de la escena pública que construye la comunicación
masiva.
Entonces, más que objetos de políticas, la comunicación
y la cultura constituyen hoy un campo primordial de batalla
política: el estratégico escenario que le exige a la política
recuperar su dimensión simbólica –su capacidad de representar
el vínculo entre los ciudadanos, el sentimiento de
pertenencia a una comunidad– para enfrentar la erosión del
orden colectivo. Que es lo que no puede hacer el mercado4, por
2 E. Verón, El discurso político, Hachette, Buenos Aires, 1987.
3 O. Landi, Reconstrucciones: las nuevas formas de la cultura política, Punto Sur Buenos Aires, 1988.
4 J. J. Brunner, “Cambio social y democracia”, en: Estudios Públicos, N° 39, Santiago, 1990.

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más eficaz que sea su simulacro: el mercado no puede sedimentar
tradiciones, ya que todo lo que produce “se evapora
en el aire” dada su tendencia estructural a una obsolescencia
acelerada y generalizada, no sólo de las cosas sino también
de las formas y las instituciones. Y el mercado no puede
crear vínculos societales –esto es, entre sujetos– pues ellos se
constitu- yen en procesos de comunicación de sentido, pero
el mercado opera anónimamente mediante lógicas de valor
que implican intercambios puramente formales, asociaciones
y promesas evanescentes que sólo engendran satisfacciones
o frustraciones pero nunca sentido. El mercado no
puede engendrar innovación social, pues ésta presupone diferencias
y solidaridades no funcionales, resistencias y disidencias,
mientras el mercado trabaja únicamente con rentabilidades.
Buscando trazar un nuevo mapa de las mediaciones, de
las nuevas complejidades en las relaciones constitutivas
entre comunicación, cultura y política he venido en los
últimos años trabajando esta propuesta:

 
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El esquema se mueve sobre dos ejes: el diacrónico, o histórico
de larga duración –entre Matrices Culturales (MC) y
Formatos Industriales (FI)–, y el sincrónico: entre Lógicas
de Producción (LP) y Competencias de Recepción o Consumo
(CR). A su vez, las relaciones entre MC y LP se
hallan mediadas por distintos regímenes de Institucionalidad,
mientras las relaciones entre MC y CR están mediadas
por diversas formas de Socialidad. Entre las LP y los FI
median las Tecnicidades, y entre los FI y las CR median las
Ritualidades.
1. La relación entre Matrices Culturales y Formatos Industriales
remite a la historia de los cambios en la articulación
entre movimientos sociales y discursos públicos, y de éstos
con las modalidades de producción de lo público que agencian
las formas hegemónicas de comunicación colectiva.
Por ejemplo: ligado inicialmente a los movimientos sociales
de los sectores populares en los comienzos de la revolución
industrial y al surgimiento de la cultura popular-de-masas
(que al mismo tiempo niega y afirma lo popular transformando
su estatuto cultural), el género melodrama será
primero teatro y tomará después el formato de folletín o
novela por entregas –en la que la memoria popular (las
relaciones de parentesco como eje de la trama) se va a entrecruzar,
hibridar, con el imaginario burgués (de las relaciones
sentimentales de la pareja)– y de allí pasará al cine,
especialmente al norteamericano, y en Latinoamérica al
radioteatro y la telenovela. Esa historia nos permite desplazar
el maniqueísmo estructural que nos incapacitó durante
mucho tiempo para pensar el espesor de las complicidades
entre discursos hegemónicos y subalternos, así como la
constitución –a lo largo de los procesos históricos– de gramáticas
discursivas originadas en formatos de sedimentación
de saberes narrativos, hábitos y técnicas expresivas. Gramáticas
generativas que dan lugar a una topografía de discursos

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movediza, cuya movilidad proviene tanto de las mudanzas
del capital y las transformaciones tecno-lógicas como del
movimiento permanente de las inter-textualidades e intermedialidades
que alimentan los diferentes géneros y los diferentes
medios. Y que son hoy lugar de complejos entramados
de residuos (R. Williams) e innovaciones, de anacronías
y modernidades, de asimetrías comunicativas que involucran,
de parte de los productores, sofisticadas “estrategias
de anticipación” (M. Wolf) y, de parte de los espectadores,
la activación de nuevas y viejas competencias de lectura. Esa
historia va hoy justamente en la perspectiva de los llamados
“estudios culturales”.
2. La doble relación de las MC con las Competencias de
Recepción y las Lógicas de Producción es mediada por los
movimientos de la Socialidad, o sociabilidad, y los cambios
en la Institucionalidad. La socialidad se genera en la trama
de las relaciones cotidianas que tejen los hombres al juntarse,
que es a la vez lugar de anclaje de la praxis comunicativa y
resultado de los modos y usos colectivos de la comunicación,
esto es, de interpelación/constitución de los actores
sociales, y de sus relaciones (hegemonía/contrahegemonía)
con el poder. En ese proceso las MC activan y moldean los
habitus que conforman las diversas Competencias de Recepción.
La institucionalidad es desde siempre una mediación
espesa de intereses y poderes contrapuestos; ella ha afectado
y sigue afectando especialmente la regulación de los discursos
que, de parte del Estado, buscan dar estabilidad al orden
constituido, y de parte de los ciudadanos –mayorías y minorías–
buscan defender sus derechos y hacerse reconocer,
esto es, re-constituir permanentemente lo social. Si mirada
desde la socialidad la comunicación se revela cuestión de
fines –de la constitución del sentido y del hacerse y deshacerse
de la sociedad–, mirada desde la institucionalidad la
comunicación se convierte en cuestión de medios, esto es, de

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producción de discursos públicos cuya hegemonía se halla
hoy paradójicamente del lado de los intereses privados.
Los cambios en la socialidad remiten a movimientos de
reencuentro con lo comunitario –no necesariamente fundamentalistas
o nacionalistas– como los que están ocurriendo
entre los jóvenes en torno a la música, y que se
hallan más bien ligados a cambios profundos en la sensibilidad
y la subjetividad. La reconfiguración de la institucionalidad
no puede ser más fuerte pese a las paradojas que presenta:
mientras se atrincheran en sus feudos los partidos
tradicionales (y no pocos de los nuevos también) se corrompen
hasta lo impensable las instituciones estatales y se
burocratizan hasta la perversión las instituciones parlamentarias,
asistimos a una multiplicación de movimientos en
busca de institucionalidades otras, capaces de dar forma a las
pulsiones y desplazamientos de la ciudadanía hacia el ámbito
de lo cultural, y del plano de la representación al del
reconocimiento instituyente.
3. La comprensión del funcionamiento de las Lógicas de
Producción moviliza una triple indagación: sobre la estructura
empresarial –en sus dimensiones económicas, ideologías
profesionales y rutinas productivas–, sobre su competencia
comunicativa –capacidad de interpelar/construir públicos,
audiencias, consumidores– y, muy especialmente, sobre su
competitividad tecnológica: usos de la Tecnicidad por los que
pasa hoy en gran medida la capacidad de innovar en los FI.
Pues la tecnicidad es menos asunto de aparatos que de operadores
perceptivos y destrezas discursivas. Confundir la comunicación
con las técnicas, los medios, resulta tan deformador
como pensar que ellos son exteriores y accesorios a la
(verdad de) la comunicación. Del mismo modo, confundir
el proceso industrial con la rentabilidad del capital –otra
cosa es visibilizar sus complicidades– fue lo que convirtió la
crítica en huida, pues si la racionalidad entera de la produc


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ción se agota en la del sistema, ¡no hay otra forma de escapar
a la reproducción que siendo improductivos! La mediación
estratégica de la tecnicidad se plantea actualmente en
un nuevo escenario, el de la globalización, al convertirse en
conector universal en lo global (Milton Santos). Ello no sólo en
el espacio de las redes informáticas sino en la conexión de los
medios –televisión y teléfono– con el computador, replanteando
aceleradamente la relación de los discursos públicos
y los relatos (géneros) mediáticos con los formatos industriales
y los textos virtuales. Las preguntas abiertas por la
tecnicidad apuntan entonces al nuevo estatuto social de la
técnica, al replanteamiento del sentido del discurso y la
praxis política, al nuevo estatuto de la cultura , y a los avatares
de la estética.
4. La mediación de las Ritualidades nos remite al nexo
simbólico que sostiene toda comunicación: a sus anclajes en
la memoria, sus ritmos y formas, sus escenarios de interacción
y repetición. En su relación con los FI (discursos,
géneros, programas y parrillas o palimpsestos) las Ritualidades
constituyen gramáticas de la acción –del mirar, del
escuchar, del leer– que regulan la interacción entre los espacios
y tiempos de la vida cotidiana y los espacios y tiempos
que con-forman los medios. Lo que implica, de parte de los
medios, una cierta capacidad de poner reglas a los juegos
entre significación y situación. Pero una cosa es la significación
del mensaje, y otra aquello a lo que alude la pragmática
cuando plantea la pregunta por el sentido que para el receptor
tiene la acción de oír radio o ver televisión. Miradas
desde las CR, las ritualidades remiten, de un lado, a los diferentes
usos sociales de los medios; por ejemplo, el barroquismo
expresivo de los modos populares de ver cine frente
a la sobriedad y seriedad del intelectual al que cualquier
ruido viene a distraerlo de su contemplación cinematográfica;
o el consumo productivo que algunos jóvenes hacen del
computador frente al uso marcadamente lúdico-evasivo de

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la mayoría. De otro, la ritualidades remiten a los múltiples
trayectos de lectura ligados a las condiciones sociales del gusto,
marcados por los niveles y calidades de la educación, los
haberes y saberes constituidos en memoria étnica, de clase o
de género, y los hábitos familiares de convivencia con la
cultura letrada, la oral o la audiovisual, que cargan la experiencia
del ver sobre el leer o viceversa.
También las ritualidades son arrancadas por algunos antropólogos
y sociólogos al tiempo arcaico para iluminar las
especificidades de la contemporaneidad urbana –modos de
existencia de lo simbólico, trayectos de iniciación y viajes
“de paso”, serialidad ficcional y repetición ritual–, permitiendo
así entrever el juego entre cotidianidad y experiencias
de lo extraño, resacralización, reencantamiento del
mundo desde ciertos usos o modos de relación con los medios,
entre inercias y actividad, entre hábitos e iniciativas
del mirar y el leer.
Lo que busco con ese mapa es reconocer que los medios
constituyen hoy espacios claves de condensación e intersección
de múltiples redes de poder y de producción cultural,
pero alertar al mismo tiempo contra el pensamiento único que
legitima la idea de que la tecnología es hoy el “gran mediador”
entre los pueblos y el mundo, cuando lo que la tecnología
media hoy más intensa y aceleradamente es la
transformación de la sociedad en mercado, y de éste en
principal agenciador de la mundialización (en sus muy contrapuestos
sentidos). La lucha contra el pensamiento único
halla así un lugar estratégico no sólo en el politeísmo nómada
y descentrador que moviliza la reflexión e
investigación sobre las mediaciones históricas del comunicar,
sino también en las transformaciones que atraviesan los
mediadores socioculturales, tanto en sus figuras institucionales
y tra-dicionales –la escuela, la familia, la iglesia, el barrio–
como en el surgimiento de nuevos actores y movimientos

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sociales que, como las organizaciones ecológicas o de derechos
humanos, los movimientos étnicos o de género, introducen
nuevos sentidos de lo social y nuevos usos sociales de
los medios. Sentidos y usos que en sus tanteos y tensiones
remiten, de una parte, a la dificultad de superar la concepción
y las prácticas puramente instrumentales para asumir
el desafío político, técnico y expresivo que conlleva el reconocimiento
en la práctica del espesor cultural que hoy contienen
los procesos y los medios de comunicación, pero
que, de otra parte, remiten también al lento alumbramiento
de nuevas esferas de lo público y formas nuevas de la imaginación
y la creatividad social.
Esas luchas se entrecruzan con las principales lecciones
aprendidas en estos diez años y trazan los caminos de mi
esperanza. Pues, como escribió Borges, “Lo venidero nunca
se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse, y ese
ensayo es la esperanza”. Me refiero especialmente a la lenta
y profunda revolución de las mujeres –quizá la única que
deje huella de este decepcionante siglo en la historia– sobre
el mundo de la cultura y la política, articulando el reconocimiento
de la diferencia al discurso que denuncia la desigualdad,
y afirmando la subjetividad implicada en toda acción
colectiva. Me refiero también a las rupturas que,
movilizadas por los jóvenes, rebasan el ámbito de lo generacional:
todo lo que la juventud condensa, en sus desasosiegos
y furias tanto como en sus empatías cognitivas y
expresivas con la lengua de las tecnologías, de transformaciones
en el sensorium de “nuestra” época y de mutaciones
político-culturales que avizoran el nuevo siglo. Y me refiero
finalmente a esas “nuevas maneras de estar juntos” en las
que se recrea la ciudadanía y se reconstituye la sociedad,
desde los colectivos barriales para la resolución pacífica de
conflictos, y las emisoras de radio y televisión comunitarias
en las que se recobran memorias y se tejen nuevos lazos de
pertenencia al territorio, hasta las comunidades que, desde
Pistas para entre-ver medios y mediaciones


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el rock y el rapp, rompen y reimaginan el sentido del convivir
deshaciendo y rehaciendo los rostros y las figuras de la
identidad. Es desde esas lecciones y esperanzas que la lectura
de este libro contiene ya su entera reescritura.


Bogotá, 1998.


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